sábado, 14 de diciembre de 2013

TERROR EN TICLIO



Es Viernes, once de la noche. Me encuentro tomando un cuba libre en la casa de una amiga (digámosle “J”), conversamos de todo un poco mientras escuchamos en la radio a Joe cocker  desgañitándose con Summer in the city. Mientras me dejo llevar por el aparatoso ruido que emite sus parlantes de 300 watts, J se va a la cocina para poder hablar por teléfono tranquilamente sin ser bombardeada por el escandaloso sonido de la radio.

Termina la canción y regresa con una noticia de último minuto: “me voy dentro de una hora a Huancayo con unos amigos ¿quieres ir?”. Mi respuesta automática y predecible fue: “nica, no la hago”. Estoy tan acostumbrado de planear las cosas que instintivamente cuando alguien me dice para ir a algún lugar, tiene que avisarme con días de anticipación, mi naturaleza así me lo demanda, me gusta que cada cosa salga a la perfección, por ejemplo, si voy al cine, estoy dos horas antes para comprar la canchita, las entradas y estar primero en la fila. Imagínense si tengo que salir de viaje, antes de decidir algo, la pienso cincuenta mil veces antes de aceptar, soy como Ben Stiller en la película mi novia Polly, donde traumado por los peligros que puedan haber, analizo los riesgos que cada viaje pueda contener.   

Ante la insistencia de J, decido dejarme llevar por el vértigo de la emoción, violentar mis ideas anti peligro y neutralizar mis creencias perfeccionistas. “Está bien, a la mierda, vamos” fueron mis palabras con olor a ron y cigarro.

En un dos por tres llegue a mi casa, metí unos cuantos trapos en una mochila y con chalina en mano regrese a la camioneta de J. Ya estaba decidido, el destino para este fin de semana seria las frías y lluviosas calles de Huancayo.

Una vez en la vía de cuatro carriles, me persigno y me encomiendo a Sarita Colonia (patrona de ladrones y prostitutas), donde abstraída, me mira con estática intriga desde un cartel pegado en un poste de la carretera central.

Mientras Jorge (amigo de “J”) maneja rumbo a San Mateo, cruza por mi cabeza la fugaz idea de que el viaje no sería tan agradable. Casi nunca pienso en algo asi, pero hoy por alguna razón me sobresalta.

Después de hacer un largo viaje entre curvas y túneles que atraviesan los cerros, llegamos sanos y salvos al pueblo de Huaripampa donde nos hospedaríamos en la casa de Eduardo (amigo de Jorge). El fin de semana estuvo entretenido, cuy chactado en el almuerzo,  visita a la laguna no se que,  noche de discoteca en Huancayo (con alguna que otra parada de la policía), desayuno apresurado y una que otra compra de ultimo minuto. Quizás no tuvimos tiempo para conocer más a fondo la geografía de Huancayo, pero de que la pasamos bien, la pasamos bien.

Llega el Domingo y era hora de regresar a Lima, alistamos la maletas y con mochila en mano abordamos la camioneta de J, hicimos una breve parada en el grifo para abastecernos de combustible y  arrancamos rumbo a Lima.

Mientras pasábamos por la Oroya decidimos estacionarnos en una de esas paradas de autobús donde los choferes de ómnibus y camioneros se abastecen de gigantescos platos de comida para aguantar el trajín del viaje.

No era por ser melodramático ni nada pero, en cuanto baje del carro, no sé cómo y ni donde, pero apareció un  gato negro de la nada, pegándose a mi pierna, frotándose para que le regale un mísero cariño. Lo largué con el pie porque en realidad me hizo trastabillar, “fuera gato pulgoso”, fueron las palabras que se escucharon en el terreno que improvisaba de cochera.

Aquel gato famélico y de color serio, avanzo unos metros más allá para luego estacionarse en medio de la pista y girar su cabeza 90 grados, pegándome una mirada penetrante y diabólica. Sonara dramático y todo pero, en ese duelo de miradas - que sosteníamos entre el gato y yo - hizo que mis miedos afloraran. En aquel instante sonó el reloj de pared del restaurant, anunciando las seis en punto de la tarde, acto seguido una bandada de pájaros comenzó a volar, huyendo despavoridos de la montaña, como intentado escapar de algún desastre natural que estaba por acontecer.

Sé que mi imaginación suele volar con frecuencia, pero sin dramatizar tanto, me sentí como en el inicio de alguna de las películas de destino final, donde encuentras indicios que te avisan del peligro que corre tu vida.

Con esa idea en la cabeza, tome mi mate de coca mentalizado de que algo sobrenatural me esperaba, pero claro, para no quedar como el traumado del grupo, decidí callar. Mala elección, porque 30 minutos después, nos encontrábamos en un embotellamiento en plena carretera, al parecer había ocurrido un accidente y eso tenía para rato. Sugerí regresar a la Oroya, pasar la noche allí y regresar cuando todo esté despejado. Claro que a la mayoría le pareció mala idea.

Un buen parroquiano por ahí sugirió ir por la antigua carretera, donde el camino era de trocha, de un solo carril, pero más chévere y emocionante (según él).  De chévere no le veía nada, pero al parecer los demás sí. Media hora después con las manos sudorosas y rezando una y otra vez el padre nuestro y ave maría (que dicho sea de paso, son las únicas oraciones que recordaba), vivía la adrenalina que habían mencionado de una manera diferente, sufría de vértigo y ansiedad, mis fobias más terribles habían venido en mancha y mientras yo veía este camino como un martirio, el piloto y el copiloto disfrutaban del sendero como si se tratara de unos de los mundos más difíciles de Mario card.

Cuando por fin llegamos a la carretera principal - tal como lo predije - nos encontrábamos en otro embotellamiento y lo peor de todo que en pleno Ticlio, uno de los lugares más fríos del Perú.

Ese fue el momento de mi desgracia, para empezar las luces del carro comenzaron a fallar, el combustible estaba por la mitad y para coronar la cereza del desastre, la batería del carro se agoto, y lo peor de todo que no teníamos cables para pasar corriente de un auto a otro.

Lamento decirlo pero, en esas situaciones calamitosas, no existe ninguna persona que te pueda ayudar, anteriormente había escuchado la frase “el peor enemigo de un peruano es otro peruano”, pero no fue hasta ese día que comprobé su veracidad. Había cincuenta mil carros en cola, esperando pasar, y ninguno fue capaz de abrir su puerta o al menos bajar su luna del carro para intentar explicarle porque necesitábamos ayuda.  

Nos quedamos varados a mitad de la pista, lo único que pudimos hacer fue empujar el carro a un costado de la carretera, justo a un lado del abismo, para que así puedan pasar todos los autos. No teníamos batería, así que las luces de peligro no funcionaban, tampoco contábamos con algún triangulo de peligro, eso hacían aun más peligroso nuestro posicionamiento cerca al abismo.

Mientras esperábamos que el S.O.S de ayuda Técnica llegara desde San Mateo, cada minuto que permanecíamos dentro del carro, me desesperaba más. Maldije la hora que decidí venir, maldije la pésima decisión de venir por el camino de trocha, y maldije las putañeras canciones de “mujer mariposa” y “30 monedas” del grupo los perros que resonó en mi cabeza todo el fin de semana y que fueron los causantes de que la batería se agotara.

Una hora después, con los pies entumecidos y el asma a flor de piel, tome la decisión de bajarme del carro e intentar para algún ómnibus que pueda jalarnos o acercarnos a algún pueblito donde podamos encontrar un mecánico que pueda librarnos de esta.

Abrazado de J y envuelto por una manta, intente parar algún auto, camioneta o bus que pueda apiadarse de estos pobres náufragos terrestres, pero tras media hora intentándolo sin resultado, la desesperación me atiborraba. El granizo comenzó a caer y el paisaje comenzó a tornarse de un color blanco pastel. Mis pies entumecidos y mojados por el barro que la lluvia había dejado, comenzaron a perder movilidad, mis labios cuarteados y el cabello con ciertas zonas blancas, improvisaba una cabellera como la del puma José Luis Rodríguez.



Sinceramente pensé que iba a morir, quizás de hipotermia o algo parecido, estaba a punto de desvanecerme cuando comencé a revivir los episodios de mi vida. En un abrir y cerrar de ojos pasaban por mi cabeza en un minuto.  

1993, con la monga candidez de mis ocho años, me enamore como un perro de Sofía Heredia, una petulante rubiecita de nueve años que me miraba con la misma frialdad y descuido con la que se mira a una cucaracha muerta.

1998, interprete una breve historia con la bonita Anggie Victoréeli, una niña de 13 años que me dijo para ir a hablar al parque, escondiendo sus verdaderas intensiones que era romper conmigo, cuando me dijo “chau”, salí volando de la escena, corriendo como un ladrón que había robado una cartera, corrí sin ningún destino, corrí hasta que el cansancio reventó mis pulmones, detuvo mis piernas y apago mis lloriqueos.  

2004, intente un romance con la encantadora Fabiola R, digo que lo intente porque mientras más intereses demostraba, mas elogios le hacía y más atención le prestaba, sus verdaderas intensiones se agazapaban por dentro, las cuales era esperar el momento de mandarme y en ese mismo instante, atravesar como anticucho mi prematuro corazón con un rotundo “NO”. Como es de costumbre, corrí por las torres de Limatambo  con una mísera cara de autogol.

En esas mongolitas cavilaciones andaba, cuando de repente las luces de un ómnibus que iba a la Oroya, ilumino mi cara, cegando por unos instantes la recopilación fílmica de todos mis devaneos sentimentales. El carro paro unos metros mas allá, como esperando a que subamos.

Yo y mi personalidad teatrera volvieron a entrar en escena, estire mi mano hacia J, y mismo Terminator le dije: “ven conmigo si quieres vivir”. J me miro con un brillo acongojado, indecisa por la petición que le hice, pude sentir su miedo, mi olfato me decía que no quería dejarme ir, pero al mismo tiempo sentía que si me quedaba podía terminar como un cubo de hielo. Por un momento el tiempo se detuvo a nuestro alrededor y solo éramos J y yo. A un lado el abismo, al costado una carretera blanca por la nieve, -4 grados de temperatura y 4800 metros sobre el nivel del mar, hicieron que el drama volviera a mi cabeza. Sentí que estaba viviendo la última escena de Titanic, donde Jack y Rose,  deciden quedarse juntos, a pesar de que uno de ellos tubo la posibilidad de subir a un bote salvavidas y así quizás pudieron haber vivido los dos, antes de  que uno de ellos muera de frio por el naufragio.

Si algo me ha enseñado la vida y las películas gringas, es que el protagonista principal por hacerse el héroe termina en el hospital o  en la morgue, y como yo no soy ningún héroe, volví a la realidad, gire mi mano para hacerle una seña al cobrador y acto seguido corrí hacia la puerta del ómnibus dejando una frase de esperanza: “Voooolvereeee con ayuuuuuudaaaaa”.

De nada sirvió mi escape teatral ni mis frases melodramáticas, porque cinco minutos después me llamaron al celular diciendo que ya había llegado el S.O.S de ayuda técnica y que lógicamente ya no buscara ayuda en la Oroya.

Llegue a Lima a las siete de la mañana, me encontraba en las peores condiciones posibles (físicamente hablando), no tenía fuerzas ni para bañarme, lo único que me levanto fue un rico caldo de gallina que un buen samaritano me ofreció por ahí, después de todo, al llegar a mi casa, lo único que paso por mi cabeza fue decir, esto tengo que escribirlo.  

Edición y fotografía: Dessiree Ramos Angeles (la bebedora de tequila. Dessita)



[Esta canción de los perros llamada mujer mariposa, resonó todo el viaje a Huancayo, tanto escucharla por fin le agarre el gusto]


[Quiero agradecer a Luis Ordoñez por haber llevado su polera al viaje, ya que debido a la humedad y al hecho de estar guardado, hicieron que despidiera un hedor  que invadió toda la camioneta haciendo imposible conciliar el sueño, evitando así que el conductor se quede dormido. Para ti va dedicada esta canción]



viernes, 6 de diciembre de 2013

LA MALDICION DEL SOLTERO


 
Es viernes por la noche y no tengo planes. Estoy tirado como una envoltura de galleta en la cama de mi cuarto. Veo la tele sin mirarla. Vengo haciendo Zapping de un canal a otro sin estacionarme en ningún programa. Nadie me llama por teléfono. Estoy más solo que un hongo y el único acompañante que tengo, es un encendedor de cincuenta céntimos que me encontré bajando del metropolitano.
Todos los amigos con los que me provocaría salir  o están casados o están con enamorada, por eso, ni les timbro. No quiero interferir en sus planes ni tampoco acoplarme a ellos, para luego hacer el típico papelón de violinista.
Mientras prendo el último cigarrillo de mi pequeña cajetilla, comienzo a pensar en qué momento llegué a este punto de soledad, no es que haya sido el más popular en el colegio ni el más amiguero en la universidad pero de que tenía muchos amigos, los tenía.  La cuestión es saber cómo llegué al punto de quedarme solo como un náufrago en una isla desierta.
En el ecran de mi cabeza, se rebobina la película de mi vida y, cuadro por cuadro, voy recordando las escenas en las cuales perdí un camarada. Primero fue Eliana V, se casó con un español al que no se le ocurrió mejor idea que llevársela fuera del país; luego fue el turno de mi pata Vachi, se comprometió con una chica de su facultad y ahora están por vivir juntos; por esa misma fecha le siguió Lorenzo Q, un amigo que emigró a Argentina para convivir con la que hoy es su esposa. A partir de ese momento mi círculo de amigos se fue reduciendo más y más hasta sólo quedar los miembros de la manada: Betto, Zeida, Meche, Silvana y Dessiree (la pulposa editora).
Hace ya un año que vengo perdiendo amigos como soldados en una guerra. Primero fue el turno de Meche que se comprometió, se descomprometió, se volvió a comprometer y ahora no sé en qué situación está, supongo que, por su trabajado cuerpo en el gimnasio, debe estar rodeada de uno que otro galifardo; con Silvana perdí contacto cuando se puso de novia con Christian, la verdad de las cosas es esta: le prestas más atención a tu pareja y dejas de lado a los amigos; luego vino el turno de Dessiree quien contra viento y marea, se comprometió con Carlos para luego dejar abandonado a su escritor; y bueno Zeida es Zeida pues, nunca fue muy comunicativa, así que pasaba desapercibida. Con la única persona con la cual compartía mis noches de fin de semana, era con mi hermano del alma, el gordo. Nuestros viernes eran de PlayStation y los sábados  los bares nos abrían las puertas. Organizábamos fiestas temáticas y de vez en cuando lo animaba a viajar en plan de pesca, claro que de cuando en vez también el gordo accedía. Planeábamos la fiesta de año nuevo, con nueve meses de anticipación y la de fiestas patrias con tres días de antesala; se podría decir que éramos como hermanos pero de otras madres. 
Es con esa misma lógica que cuando el gordo me anunció que estaba de novio, sentí como si me clavara un puñal en lo profundo de mi corazón. Me sentí traicionado, mi brother, mi pata, mi hermano del alma, mi compañero de chilines, estaba tirando la toalla y no sólo eso sino que también me estaba degollando  en un acto de felonía.
“Pero brother, nada va a cambiar entre nosotros”, fueron las míseras palabras que salían de su regordeta cara, ambos sabíamos que eso era una gran mentira. “Nada va a cambiar entre nosotros”, mentira; “todo va a ser como antes”, mentira; “siempre va a ver tiempo para tomarnos unos tragos”, mentira; “estás exagerando ¿acaso me estoy encadenando a alguien?”, mentira. Todas las típicas palabras de consuelo que te da tu mejor amigo, son mentiras.
Es por eso que aún desparramado en la cama, viendo la tele sin mirarla, cogí mi celular y revisé la agenda telefónica, esperando encontrar el nombre de alguien que me pueda liberar de mi triste soledad. No pasa mucho rato y recibo un mensaje del gordo: “estamos en mi casa haciendo unos previos, ven”. Me intriga saber a quien se refiere cuando dice “estamos”. Se lo pregunté y en su respuesta menciona a un nutrido grupo de parejitas, de las cuales destacan Dessiree y su novio, paso, no le respondo; supongo que como buen amigo que es, interpretará mi silencio. Y es que ya más de una vez he salido en grupo con cuatro o cinco parejas, es divertido si vamos a comer y tomar algo, y el hecho de estar solo pasa completamente desapercibido; pero es tétrico cuando proponen ir a bailar y una vez en la discoteca ves que tus amigos - en un gesto de tierna y silenciosa solidaridad - se van turnando para no dejarte solo. Es peor cuando sus novias se hacen las lindas y consideradas y te sacan a bailar para que tú, el único soltero del clan, también te diviertas, como si fueras un lisiado al que hay que tratar de hacer sentir normal. Y es más penoso aún cuando todos quieren bailar una canción de moda, y para no abandonarte al borde de la barra, te arrastran a la pista, hacen un círculo alrededor de ti y te empujan dentro, creyendo que así te hacen un favor.
Mi cigarro está por terminar, y aún no llego a la conclusión de esta aparatosa soledad. Por ahí mi mente evoca el nombre de Kike, un sujeto fornido que conocí en tiempos de universidad. Cuando lo conocí en primer ciclo el pata ya bordeaba los 27 años y se encontraba sin amigos, solo como un hongo. Era extraño ver a un sujeto maduro que  no tenga novia ni amigos.  Como buen parroquiano que soy, le extendí  la mano en señal de amistad, en pocos días de lo solo que estaba, milagrosamente se comenzó a rodear de muchos amigos en la facultad.
Creo que ese fue el inicio de todo este holocausto, al extenderle mi mano y darle mi amistad, lo liberé de su condena de soledad, automáticamente esa maldición de soltero, me la traspasó a mí y ahora, que tengo la misma edad que él en la época en que lo conocí, sufro los estragos de ese dadivoso apretón de manos.
Quizá sea cierto que exista la maldición del soltero o quizá solo sea una invención que mi cabeza creó para darle una explicación a mi soledad, no sin antes usar la lógica y saber que estoy solo porque me rehúso a conseguir una novia y porque estoy en la edad en la cual todos mis amigos buscan iniciar una relación seria y formalizar. En el peor de los casos prefiero quedarme con la primera opción, me es más comodo. De ser así y saber que tengo la maldición del soltero ¿alguien estaría dispuesto a darme la mano y ser mi amigo?
Edición y fotografía: Dessiree ramos Angeles (la ex bolita de Play boy)
 
[Canciones como estas me recuerdan el hecho del porque estoy soltero, un temón]

viernes, 8 de noviembre de 2013

LA CONFIANZA DEL PEDO


 

Siempre he pensado que el hecho de tirarse un gas, era símbolo de confianza, que lanzar ese silencioso o bullicioso aroma peculiar demostraba una distintiva camaradería, o eso es lo que creía.

Cuando tenía ocho años, el sonoro y fétido pedo, generaba risas entre el público masculino familiar cuando se reunían en la sala para ver algún programa de la televisión peruana, claro que esas risas siempre iban acompañado de escapes contiguos, como si en vez de una flatulencia hedionda fuera una bomba lacrimógena que había sido disparado para separar la muchedumbre alborotada.

A la edad de quince años, en el clímax de la palomillada, no había mejor forma de generar una broma colegial que lanzando un pedo sonoro dentro del baño de hombres y cerrar la puerta con alumnos adentro para que sean víctimas de la mayor pestilencia posible.

Claro que todo este tema del pedo, siempre se ha visto relacionado con la palomilla y chacota que los muchachos tienen en la adolescencia, un juego que tarde o temprano se finiquita cuando comienzan a sentir atracción por el sexo femenino.

Cuando esa etapa de la vida, que tarde o temprano llega, involucra a un hombre con una mujer, milagrosamente, todos los hombres del planeta – en temporada de búsqueda y caza – se convierten exactamente en unos galanes, clones baratos de un Leonardo DiCaprio en la película Gatsby, robots que operan de la misma manera, que disfrazando perfectamente al lobo dientón y salivoso, reprimen sus verdaderos deseos  y proyectan una impoluta imagen de corrección y mansedumbre, porque son consientes que solo así conseguirán  su objetivo a mediano o largo plazo.

Pero está bien, todo perfecto hasta ahí, me parece genial que un hombre use la galantería y caballerosidad para conquistar a una mujer, como que le da un aire más elegante y solariego, claro a comparación de ahora con su perreo y sus fiestas semáforo, que mas que corromper a la juventud, facilita el acercamiento entre hombres y mujeres. Quizás suene como un viejo, pero creo que el cortejo pre noviazgo y el engalanar la conducta amical, es lo correcto.

Lo que si no puedo entender, es como los hombres que inicialmente utilizaron toda la galantería y caballerosidad para conquistar a una chica, es decir, que le abrieron la puerta del carro, que dejaron que ella elija la música de la radio, que le retiraron la silla en el restaurant, que colgaron y  descolgaron oportunamente su saco o abrigo, que se tomaron la molestia de llevar algún cursillo para aprender a descorchar el vino con elegancia, y por supuesto, que le regalaron rosas por algún momento especial; lleguen al punto de soltar impúdica y descaradamente un pedo, como símbolo de confianza.

El pedo - a pesar de ser un hecho biológico natural – siempre ha sido símbolo de la descortesía más primitiva en lo que ha costumbres de caballeros se refiere. Según las normas y reglas de etiqueta, el pedo, disparado desde los esfínteres intestinales con gran sonoridad en presencia de una cantidad determinada de personas, es considerado como una falta de respeto hacia los individuos presentes en el lugar, a pesar de que estos sean abstemios al agua y no se hayan bañado en semanas.

Una vez, que este singular aroma ha sido despedido en presencia de tu enamorada, las cosas no vuelven a ser lo mismo. Lo gracioso es que para justificar esa biológica y ofensiva costumbre de ir liberando ventosidades por doquier, el machismo a impuesto esta atrocidad como la popular y pusilánime: “confianza del pedo”.

En el colmo de la conchudes, hay individuos que para pegárselas de graciosos y pasar ese límite fronterizo entre la confianza y la demasiada confianza, se divierten haciendo bromas al respecto. “Jálame el dedo” y cuando lo haces, el conocido sonido aparece de quien sabe donde ambientando toda la habitación. Lo peor es que si reclamas por la atrocidad pestilente que ha invadido tus fosas nasales, suelen contra atacar con frases del tipo “pero si es algo normal”, “que, acaso tú no te tiras pedos”, “Ah, seguro tú has de cagar rosas ¿no?”.

Cruzado esta raya fronteriza de la relación, conforme pasan los meses, el glamour  y gentileza inicial, van desapareciendo, se va borrando el maquillaje de la cortesía, las sonrisas se van oxidando y la careta  de galán de telenovela se va cayendo a pedazos, como si se tratara de una máscara de cerca, hasta que aparece el autentico e inimitable monstruo conchudo en toda su expresión. Mayormente esto sucede en el clímax de la chabacanería, cuando todo ha sido expuesto, cuando los pesos y medidas oficiales han sido revelados, cuando el léxico florido al inicio ha sido reemplazado por vulgares jergas coloquiales, es en ese punto cuando a su pareja la somete a sus aireados eructos y flatulencias con automático desparpajo y naturalidad. Como si  un cuesco fétido y sonoro equivaliera, no sé, a una carcajada o una caricia.

Posteriormente deja de aparentar etiquetas que no tiene (eso sucede mayormente cuando ya colgó los chimpunes), se desmondonge en la cama, jala la frazada para su lado, trata de imponer sus gustos, cuando de ir al cine o a comer se trate,  decomisa el control remoto, se olvida de todo lo hacendoso que era cuando estuvo de enamorado, no jala la palanca del wáter (de hecho,  no levanta la tapa), escarba su nariz con el dedo índice, se olvida las fechas importantes y sobre todo, se queda dormido mientras hace el amor en la pose del misionero.

Sinceramente creo que debí haber nacido en la época de William Shakespeare, donde el cortejo era parte primordial de una relación, la galantería era una costumbre que se inculcaba desde niño y las caretas solo eran parte de los actores de teatro. Me considero un antiguo como mi amigo el gordo, quizás sea por eso nos llevamos tan bien.

Aun, a mis veintisiete años, cuando decida iniciar una relación, me reusare a cruzar ese último peldaño de la confianza, ese límite entre la decencia y la ramplonería. Pero eso sí, si no hay otra forma de evitar lo inevitable, prometo no escandalizarme y seguir despotricando como ahora.

Alguno de ustedes ya cruzo ese umbral que muy graciosa y conchudamente se llama la confianza del pedo, o se reúsan como yo a dar ese paso y de mostrar a los verdaderos individuos de la relación.

 

Edición y Fotografía: Dessiree Ramos Angeles (la enamorada y cada día mas chata, Dessita)

Facebook oficial del blog:

[Aqui les dejo un spot publicitario de una canal de cable, donde se ve claramente la bestialidad que definitivamente se ve en muchas relaciones de pareja cuando existe la llamada "confianza"]


 

 

 

martes, 10 de septiembre de 2013

PORQUE NADIE TIENE BANDERA (FINAL)


 

 [Solo para quienes leyeron la memoria anterior: Porque nadie tiene bandera]

 
Está bien, lo admito, intenté publicar el viernes, antes de empezar el partido Perú- Uruguay, pero como la mayoría de peruanos, yo también fui víctima de aquel festival futbolístico que nos convierte a todos en energúmenos durante los noventa minutos y peor aún, si somos testigos de un partido de proporciones catastróficas como el que vivimos el viernes. Pero ya, bueno, comenzaré a contar el final de esta historia, final que dicho sea de paso, solo uno de ustedes adivinó en los comentarios del facebook.

Como había señalado, cuando salí del baño del bar, “E” me estaba esperando a un lado de la barra con su sobretodo en la mano izquierda y un vaso de maracuyá sour en la derecha. Realmente no me encontraba en total posesión de mis facultades racionales, había bebido más de lo permitido y aquella disputa emocional entre mi lado diablo y mi lado angelical, me había dejado más confundido que los hijos de Ricky Martin en el día de las madres.

Mientras estaba parado en la barra examinando de arriba abajo la figura de “E”, la conciencia me carcomía por dentro, sentía que estaba cometiendo un sacrilegio por pegarle esa mirada lasciva que por dentro se agazapaba.

La música de fondo (carita de pasaporte de Alexander Abreu) sumergió el ambiente en un espectacular momento Kodak, inconscientemente mi lado hormonal tomaba posesión de mis acciones y emociones.

Intercambiamos un par de sonrisas, una que otra mirada y quizás por ahí hasta un guiño medio coquetón.

En uno de los tantos giros que el baile había ocasionado, “E” quedó muy cerca mío, nuestros rostros se quedaron efectivamente a pocos milímetros uno del otro. La miré a los ojos para certificar que hubiera agua en la piscina y pude ver como entre abrió los labios y cerró los ojos.


En ese preciso momento, mi mente se desdobló en dos, y al mismo estilo que el profesor Charles Xavier en la película X-men, el tiempo se paralizó, congelando por unos breves segundos todo a mi alrededor. Para sorpresa mía, mis consejeros personales volvieron aparecer en escena, el Alan diablo y el Alan Angelical.

- No te acerques más a esta pobre parroquiana Alan, vade retro Satanás, piensa en tu amigo, tu chochera, tu hermano del alma. Afirmó mi lado angelical, dispuesto a evitar que caiga en tentación.

- Vamos, ya, ahora, aprovecha que tienes esta oportunidad y dale un beso de lengüita, no le hagas caso a ese sonso con hábito de monja y alas de pollo. Piensa que esta chica también quiere lo mismo. Atacó mi lado infernal, hincándome con su trinche para avivar la lujuria.

Confundido como estaba, decidí atropellar mi lado ético y de buenas costumbres, estaba dispuesto a cometer el perjurio, aunque eso me carcomiera la conciencia el resto de mi vida. Total, si bien su ex era mi amigo, pero ya no era mi chochera del alma.

Lamentablemente el Alan versión diablo le había dado una paliza al Alan versión santurrón, a pesar de que tuvo buenas ideas, mi lado sátiro había trapeado el piso con mi pujante pero debilucho lado inocentón. Así que estaba dispuesto a estamparle un beso a mitad de la cara, ya estaba decidido, nada ni nadie me lo iba a impedir, ni la lealtad, ni la culpa, ni el remordimiento, ni ningún otro escrúpulo de último minuto, este era un trabajo sucio y la verdad que yo me moría por hacerlo.

Como ya me había tragado el sapo de la culpa, me acerque para darle el beso que tanto me había cuestionado, pero claro, uno nunca sabe lo que pasa por la cabeza de las mujeres. Lo digo de esta manera porque cuando estuve a punto de tocar sus labios, ella retrocedió su cara, alejándose intempestivamente, pegándome una mirada como quien decir ¿Qué crees que estás haciendo?

Es horrible cuando intentas dar un beso y eres choteado en el acto, todas las revoluciones adrenalinitas que tuviste en ese momento, se bajan a cero, pierdes las ganas, te desalientas a ti mismo y lo primero que piensas es en huir de inmediato.

Por un instante pensé, que mi querida y curvilínea amiga era una chica más de la sub clase de “chicas termo”. Pero, tras meditarlo por breves segundos caí en cuenta que quizás – una vez más – interpreté mal las cosas, que mientras ella me veía con ojos de amigo, de compañero buena gente y de brother de su ex, yo alucinaba – como tantas veces – que estaba en un proceso de selección del cual había salido airoso y que por esa misma razón, merecía ser recompensado con un chape.

Desmoralizado como estaba, decidí llevarla a su casa para terminar con la vergüenza que sentía por dentro, había cometido un acto de felonía  y  para nada.

En el camino de regreso hacia mi casa, recordé cada uno de los episodios que había vivido esa noche, buscando en algún lugar la falla en tan grave acción. Era de esperarse que no encontraría nada, así que lo único que pensé en voz alta fue: “Putamadre, porqué nadie tiene bandera”.

Y eso fue lo que ocurrió, acérrimos  lectores y  visitantes de las memorias de una rata. No me la chape, no me chapó, no paso nada de nada, solo un baile sensual producto del licor.

Eso sí, debo admitir que en ocasiones los solteros como yo, nos enfrentamos a cada situación de lo mas cómica y de lo mas sínica y absurda. Solo espero que en esta ocasión  mi amigo no lea esta memoria.

 

Edición y Fotografía: Dessiree Ramos Angeles (la estudiosa y estresada Dessita, que ahora me reprocha que porque ya no la llamo con cariño)


domingo, 1 de septiembre de 2013

PORQUE NADIE TIENE BANDERA

 



Este fin de semana he sido víctima de una cruel encrucijada emocional que me sirve de pretexto para escribir una nueva memoria. Salí con la ex novia de un amigo.

Durante la semana había iniciado una plática nada formal en el facebook chat con una chica a la cual conocí hace ya varios años, esta muchacha (digámosle “E”) era de mi facultad y si bien no cursaba el mismo ciclo que yo, si  la conocía por tener amigos en común.

Resulta que quedamos en encontrarnos el viernes por la noche para conversar, ponernos al día de nuestra vidas y degustar un trago mientras platicábamos sobre la existencia de fobias y manías que podía forjar un ser humano a lo largo de la vida. Nada fuera de lo anormal.

Particularmente ese día estaba más agotado de lo acostumbrado, había hecho mil cosas en la tarde y una de ellas era recoger -con no mucho entusiasmo - mis nuevos  y primerísimos lentes de aumento (que según el oculista debí usar hace ya varios años). Nunca pensé usar lentes, siempre me pareció que la idea de usar gafas era cosa de nerds, que el hecho de usar lentes ya era algo malo, pero como muchas cosas, debo admitir que es un mal necesario.

Esa tarde, con los lentes ya puestos, sentía que al caminar flotaba por la vereda, era algo de locos, nunca había usado lentes  y  por esa misma razón sentía que al andar, mis pies no pertenecían a mi cuerpo, es decir, caminaba como caballo de paso en día de la independencia.

Intoxicado por el alucinógeno visual que me causaba usar lo lentes, decidí descansar un rato antes de encontrarme con “E”. Una hora después, con 15 llamadas perdidas y 2 mensajes de texto, caí en cuenta que estaba retrasado una hora  y fácil “E” estaría molestísima, a punto de irse.

Aterricé en el bar donde quedé en encontrarme con “E”, esperaba encontrarla a un lado de la barra o en alguna mesa esperándome. Como no vi su silueta por ningún lado, opté por pegarle una llamada, fue en ese instante que vi a lo lejos la figura de una parroquiana que me mostraba su sonrisa más espontánea. Me acerqué a ella  y efectivamente era la popular “E”, la salude como es de costumbre y sentí que decía mi nombre con un tono en el que podía percibir una importante dosis de entusiasmo: “¡Alan, a los años! ¿Cómo has estado?”.

En realidad no me lo tome a mal, total – pensé – los reencuentros suelen venir acompañados de ese tipo de manifestaciones excesivas. La verdad imaginé que estaría furiosa, pero dado el buen recibimiento  y la dosis de entusiasmo con que se inició la conversación, sentí que todo marchaba bien, como mandan los cánones y principios de “la conversación y el confort”.

A “E” no la veía por lo menos 3 años. La última vez fue en una reunión, a la que llevó, precisamente, a su ex enamorado (mi amigo) y yo, a mi ex enamorada. Como se dice salimos en pareja rumbo a la casa de un pata. En aquella ocasión la relación de ellos estaba muy venida a menos, así que se notaba que en cualquier momento fenecería ese cruce sentimental.

Pero este episodio había ocurrido, como dije, hace ya 3 años. Ahora ya no estábamos en ninguna reunión, sino en un aglutinado bar de Lima Plaza Norte tomando unos cocteles de pisco  y actualizando nuestras historias. Y lo más importante, ya no estaba mi amigo (o ex amigo, como muchos pensamos), sino solamente los dos.

Confieso que “E” siempre me había llamado la atención. Es una chica muy divertida y normalmente coincidíamos cuando hablábamos de discos, libros y películas. Además tenía (tiene) una figura espectacular, no se me ocurre otra cosa, que decir que tiene más curvas que un anuncio de Hyundai.    

Mientras estaba de novia con mi amigo, yo nunca la vi con ojos inapropiados, le extendía ese cartel de “amiga” por ser la enamorada de mi brother (a estas alturas ya muchos saben lo que pienso de la amistad entre hombres y mujeres).

Esa noche, mientras canjeábamos ideas sobre el comportamiento humano, teorías de conspiración totalmente absurdas,  el poder del sexo y la relación de este con el derrocamiento de gobiernos, me sentí como pez en el agua. Eran temas muy particulares de los cuales me gusta conversar. Normalmente soy yo quien dirige el rumbo de la charla, pero ese día me percaté que nos encontrábamos a la par, fue por esa misma lógica que la conversación fluía con total naturalidad.

Estaba  ya por el cuarto chilcano de pisco cuando las urgencias prostáticas de mi vejiga anunciaban que tenía que usar el baño. Para conocimiento de muchos (o muy pocos) no soy de aguantar mucho el licor en la sangre, es decir, lo que se conoce en términos coloquiales como “pollo”, es por esa razón, que cuando salgo a tomar unos tragos, tengo que cuidarme de no tomar mucho para no quedarme dormido en cualquier lado.

Sentí mis manos entumecidas y la visión doble, eso era señal que el trago me había hecho efecto. Estaba viendo con ojos de lobo feroz a mi entretenida acompañante, por un momento pasó por mi cabeza el intento de estamparle un beso a mitad de la cara, pero mi sentido común aun discernía de mi lado salvaje y hormonal.

Pensé en huir del lugar antes que mi yo hormonal y sátiro se apoderara del todo de mis acciones y emociones, pero tras meditarlo por breves segundos, caí en cuenta que era una pésima idea.

Es increíble como sabemos que estamos al borde de un abismo, que estamos a punto de prender una mecha que desencadenará una serie de actos de los cuales seguramente nos arrepentiremos, pero que por algún motivo, decidimos dejarnos llevar por el vértigo de la situación, asumiendo los riesgos que pueda haber y las consecuencias que este pueda ocasionarnos.

“¿Me acompañas al baño?” me dijo de pronto “E”, cogiéndome del brazo para evitar trastabillar debido a los consecutivos cocteles de pisco y vodka que había ingerido. Cruzamos por la pista de baile y de inmediato ingrese al baño.

Alivié cándidamente mi vejiga  y posteriormente me eché agua en la cara para neutralizar los efectos del alcohol. Me miré al espejo con cara de confundido y al mismo estilo de Homero Simpson en un episodio de la casita del horror, comencé a interpelar a mis íntimos consejeros personales: el Alan Sátiro y el Alan monaguillo.

Estaba más confundido que la primera vez que vi una porno, no sabía qué decisión tomar, así que lancé la pregunta al aire: ¿Qué es lo que debo hacer con “E”?

- Mi lado angelical respondió sin pensarlo mucho: ¿Qué es lo que estás pensando huevas? vas a cagarla toda por un lengüetazo de diez segundos. Piensa en tu pata, tu chochera, o es que acaso ya no recuerdas las innumerables veces en las cuales tomaste unos tragos con él, hasta lloró en tu hombro, eso se llama lealtad ¿o es que acaso tú no la tienes? recuerda que la ex de un amigo tiene pene y no hay mas vuelta que dar. No quiero pensar que tu arrechura pueda más que tu sentido común, pero eso sí te digo, si lo haces ni lavándote 20 veces con jabón de Pepa vas a limpiar tú conciencia. Mejor llévala a su casa.

- De inmediato mi lado diablo, salto a reprocharme, dando batalla: Aguanta ahí tu coche cuñao ¿acaso tú estas intentando algo? las cosas están fluyendo con total normalidad, hay cosas que no se pueden evitar, como que una planta florezca, que el sol brille, que la tierra gire o que tú termines agarrando con “E”. Es el ciclo natural de la vida mi hermano, las personas no son propiedad de nadie, o es que acaso tu le has visto un cartelito que diga “soy la ex de tu amigo, así que no me mires” ¿no verdad? esas son tonteras, o acaso no recuerdas que él también se metió con la ex de su disque primo. Entonces de que lealtad me estás hablando. Una vez que las relaciones concluyen, las dos personas vuelven a ser completamente libres. Así que déjate de mariconadas y sal a batallar, en otras palabras, dale más trago   

Salí del baño más confundido que antes de entrar, efectivamente “E” me estaba esperando a un lado de la barra, justo al costado de la pista de baile. Traté de neutralizar todos mis impulsos animales, pero para mi mala suerte al DJ no se le ocurrió mejor manera que poner una salsa sensual, de esas que te provoca mover los pies.

La miré con temor, esperando que no reaccionara a tal bailetón, pero como siempre el destino cómplice con la ironía dispuesto a jugarme malas pasadas, se encargó de que “E” se quitara ese sobretodo que tenia encima,  exhibiendo descaradamente un figura que mis ojos recorrían de arriba abajo. Es decir, destruyó el invisible campo magnético que había creado a mi alrededor para no caer en la tentación.

Ella me sonrió, me cogió de la mano y comenzamos a bailar. Mi cuerpo se movía instintivamente, mi mano derecha cogía su cintura, mientras que con la izquierda trataba de llevar el ritmo que a esas alturas ya poco o mucho me importaba.

En ese momento, en unos de los tantos giros, su rostro quedó a dos milímetros del mío. Sentí unos irrefrenables deseos de apretarla contra mí y besarla. Pude sentir su aliento muy cerca, mientras que la veía cerrar los ojos y entreabrir los labios.

Prometo contar el desenlace en una siguiente memoria. Pero por ahora espero que me digan ¿Qué hubieran hecho en mi lugar? ¿Hubieras hecho Patria o nadie tiene bandera?


Edición y fotografía: Dessiree Ramos Angeles (editora del blog, delegada del aula 507 y la nueva  y flamante relacionista pública de la revista “oro negro”, al borde de no tener vida)



 

lunes, 5 de agosto de 2013

AL PAN PAN Y AL VINO VINO... LOSER




[Solo para quienes leyeron el post anterior de “Mi yo bipolar”]

Supongo que la mayoría de personas está esperando el desenlace de esta blog-novela, alguno por ahí esperará  (como la mayoría de personas que viven los cuentos de hadas) que termine con un final feliz, donde formalice una relación con J (la chica BCP) y que vivamos felices el resto de nuestra vidas, indigestándonos comiendo platos y platos de perdices.

Lamentablemente las cosas no suceden como en los cuentos infantiles, ni como las tele lloronas mexicanas, donde la pobre y sufridita empleada se casa con el encorbatado ricachón, que muere de pasión por ella.   Esto señores, es la vida real y no siempre termina con un final feliz.

Lo digo de esta manera porque creo que J se ha hecho merecedora de este post y no solo ella, sino también todas las mujeres del Perú que alguna vez salieron con un pata.

La otra noche quede en salir con J, habíamos quedado en encontrarnos en un restaurant miraflorino para poder entablar una conversación más amena que la de la semana pasada.

Como buen chico entusiasta que soy, estuve puntual en la puerta del restaurant a la hora indicada, normalmente no soy tan puntual que digamos, pero tratándose de alguien con quien compartí una velada espectacular la semana pasada, pues no me cabe duda que debía seguir a rajatabla lo que mi sentido común me dictaba.

Mientras divagaba como un tarado afuera del local, sentí una pequeña vibración en el bolsillo derecho del pantalón. Era mi celular de última generación (Motorola V3) que me avisaba que tenía una llamada entrante de la esperada J.
 

- ¿Aló? ¿Alan?

- Sí, hola J, dime, ¿Por dónde estás?

- Estoy por Monterrico, ya estoy llegando en 20 minutos, sorry es que hay un tráfico de mierda

- No te preocupes, yo también ya estoy llegando. Obviamente, no le dije que la estaba esperando desde hace 10 minutos como un pelele.

- Ya chévere, entonces ahí te caigo, estoy en el carro de mi enamorado.

- ¡¡¡¡¡¡¡¿¿¿Enamorado???!!!!!!!!!! - Cuando escuché la palabra E-N-A-M-O-R-A-D-O,  los pliegues de mi cara se torcieron por la sorpresa que J acababa de generar.

- Sí, mi enamorado. ¡Ay amigo!, lo que pasa es que no te he contado que en esta semana nos dimos una oportunidad y bueno, le conté que había quedado en cenar contigo y me dijo que él también quería ir y conocerte, que lee tu blog y que le pareces un cague de risa ¿Normal no?.

- ¿Ah? este… sí claro, normal, no hay paltas - Respondí totalmente descomputado, imaginando por un momento la escena que íbamos a interpretar: J, su enamorado y yo.

- Ok, un beso, ahí te veo.

 

Con el celular aun en la mano, no podía concebir la noticia que J  (la chica por la cual había interpretado los más febriles devaneos sentimentales) me acababa de anunciar. Tenía enamorado y, lo peor de todo, es que estaba en camino a encontrarse conmigo.

La verdad que su comportamiento me dejó menos perplejo que decepcionado. Aún no podía concebir como pudo pasar eso, acaso ¿Fui el único que se hizo ilusiones?, ¿En algún momento me dijo que tenía enamorado y yo, por despistado,  no le presté atención?, o simplemente ¿fui el único mamerto que imaginó todo el feeling de la semana pasada, mientras que ella solo me veía como el “amigo buena gente”? (para empezar odio que la chica que me gusta me diga “amigo” porque muy bien saben lo que pienso de la amistad entre hombres y mujeres).

Manteniendo el celular en la mano, mi cabeza comenzó a ser víctima de unos flashback impresionantes y al mismo estilo que Ashton Kutcher en El efecto Mariposa, comencé a recordar cuadro por cuadro las escenas que compartí con J  la semana pasada en Huaringas bar.

Mientras seguía parado en la puerta del restaurant, imaginé dos posibles opciones de lo que sucedería. La primera era que llegue de la mano de su enamorado y él, al verme parado en la puerta del restaurant esperando a su novia, venga como un búfalo desorientado  a envestirme, por intentar gilearme a su flaca. La segunda era que baje del carro de su enamorado y ella, cual señorita de su casa, me presente al susodicho y ambos entremos a cenar al restaurant, para que posteriormente me consiga un violín y la haga de buen samaritano.

En cualquiera de las dos situaciones yo salía perdiendo así que, la única manera de salir airoso y con algo de dignidad entre las manos, es que nos encontremos en las mismas condiciones. Es decir, que yo también este con una acompañante, pero faltando 20 minutos para que llegara J, ¿De dónde diablos iba a conseguir una chica que aparezca en 20 minutos y sobretodo que sea guapa?

Aún con el celular en la mano, repasé de arriba abajo la agenda de mi teléfono móvil, buscando en algún lugar, el teléfono de una chica que accediera a salir y acompañarme en esta fúnebre procesión sentimental.

Encontré por ahí el teléfono de P, una chica con la cual intercambie un par de besos hace ya unos años. La verdad dude en llamarla ya que, para empezar, es una engreída fatal y también se alucina la última Coca Cola del desierto. Es por esa misma lógica que, de vez en cuando, la invito a salir (y de cuando en vez, ella accede). Es una chica guapa debo admitir, así que era la única opción que me quedaba para poder competir con la espectacular J y su novio.

Después de varias timbradas, P me contesto el celular, y prácticamente me tiré al piso para que accediera a salir y acompañarme en esta cena inesperada de la cual ignoraba el final. Milagrosamente accedió a salir, quizá porque no había cenado, o quizás porque estaba recontra cerca a Miraflores. La verdad me daba igual, lo único que quería, era poder salir de este aprieto del cual había sido sorprendido.

Pasaron los 20 minutos y cuando ya estaba a punto de tirar la toalla, veo que un Hyundai Accent del 2007, se estaciona frente a la puerta del restaurant. De pronto se abre la puerta del copiloto y desciende la flamante y espectacular J, que para mi mala suerte, había llegado con una minifalda de infarto, hacía un jodido frio, pero ella tenía que lucir esa apretada minifalda que dejaba lucir un par de piernas de antología. Sin duda, las mejores yucas del restaurant y alrededores. Por otro lado, del asiento del conductor, bajó el supuesto novio, un sujeto bonachón, más regordete que musculoso y más alto que bajo.

 

- ¡¡¡hola Alancito!!! sorry por la demora, lo que pasa es hay un egg de tráfico y no sabes lo estresada que estoy con las combis y taxistas que se meten como quieren.

- Hola J, ¿Cómo estás?, no te preocupes yo también acabo de llegar.

- Bueno amigo, te presento a mi enamorado, Ricardo.

 
Al estrecharle la mano al supuesto novio de J, sentí que el apretón fue algo más fuerte de lo inusual, normalmente los hombres cuando saludamos, apretamos la mano del individuo con firmeza, como símbolo de  camaradería y gratitud. Pero en este caso, después del apretón de mano que nos dimos sentí mis dedos acalambrados por la presión, dejando una frase media indirecta en el camino: “un gusto también, me han hablado mucho de ti”.

“Espero que cosas buenas” fue lo primero que se me ocurrió decir tras la indirecta disparada por el novio de J.

Como ya lo había pronosticado, nos sentamos en la mesa que había reservado. Era la pareja perfecta más uno. Mientras se cogían de la mano y se mandaban indirectas con las miradas, su servidor, que a esas alturas parecía una rata desesperada, contaba los minutos para que mi supuesta acompañante hiciera su aparición en escena.

Durante 30 minutos, la hice de violinista, tuve que entretener al auditorio haciendo gala de mis mejores anécdotas, claro que también tuve que tragarme las caricias que se daban por momento y los chapes que interpretaban en mis narices. Por breves segundos mi subconsciente intentaba sacar a relucir mi lado diabólico y arrebatado, pero claro que era calmado  y neutralizado por mi lado santurrón y mojigato.

Mientras miraba mi reloj por vigésima quinta vez y mi rodilla vibraba al ritmo de la desesperación, hizo su entrada triunfal, mi supuesta acompañante. Al verla cruzar la puerta de entrada, levante mi mano para que pueda ubicarnos, mi ánimo había regresado. No solo nos encontrábamos en iguales condiciones sino que, esta vez (debo admitirlo) P había venido, igual de simpática que J. Mi cara de violinista amargado, había sufrido un cambio de 360 grados, había recobrado el buen humor y no solo eso, sino que hasta me sentí un tipo son suerte.

Después de la presentación protocolar, me animé a pedir una ronda de pisco sour. La conversación estaba animada, intercambiamos anécdotas, canjeamos un par de risas y por ahí que hasta me anime a hacerle un guiño medio coqueto a P. De no ser un por un bostezo que P no supo disimular, diría que la estábamos pasando de maravilla. Tras la quinta ronda de pisco sour, los animé para ir a bailar. Inesperadamente aceptaron, así que por dentro, en la oscuridad de mi laxada conciencia, auguré una frase del tipo “hoy la hago”.  

Salimos del restaurant y caminamos un par de cuadras rumbo a la calle de las pizzas, me sentí afortunado de ir al lado de una chica tan guapa como P, fue con ese aire de bacanería que entré al local con índole de ganador.

Una vez dentro el lugar estaba lleno, así que nos acomodamos en la barra de la discoteca. Pedí un Caipiriña para mí y un mojito para P. Comenzamos a ser un brindis en mención de la “amistad” y chin chin sonaron los vasos. Bailamos un par de canciones y en eso se le ocurre fumar a P. Normalmente no cargo encendedor y para mi sorpresa, los dos nuevos amigos tampoco tenían uno, así que P se fue en busca de alguien que le preste un encendedor. Por ahí le extendió la mano un fulano, que no contento con prender su cigarro, empezó a conversarle.

Al inicio no me pareció raro, quizás se conocían, pero  estaba claro que esa charlita incipiente, tendría que terminar en cualquier momento. Además estaba clarísimo que P había venido conmigo, así que no me preocupaba.

Pasaron cinco minutos y la situación no cambiaba, para colmo mis dos nuevos amigos estaban que agarraban de lo lindo, por un momento tuve la misma sensación que al inicio estando sentado en el restaurant. Totalmente indignado me dirigí rumbo a donde estaba P y su nuevo amigo, quizás estaba esperando a que llegara a salvarla de ese sujeto, pero cuando vi la sonrisa de P de oreja a oreja, sentí  cólera por su tremendo descaro, estaba de lo mas fresa cargándose de risa con este nuevo personaje y encima de todo, en el colmo de la conchudes: míster X estaba tomándose, muy campante, el trago que yo – Don huevon –le había comprado a P. Es decir, encima que le traigo a la chica, también le financio la juerga.

Subí a la terraza del local, para respirar un poco de aire, estaba haciendo el papelón de mi vida y encima estaba quedando pésimo con “mis dos nuevos amigos”. Mientras analizaba la situación, decidí calmarme y regresar nuevamente a la batalla, pensé que P había terminado la conversación tan animada con el pata y que quizá me estaba buscando.

Lamentablemente mi instinto volvió a fallar, ya que en el preciso instante que baje a buscar a P entre la multitud, me percate de una escena que marco el colmo de lo soportable. La muy descarada estaba colgada del cuello de ese fulano, mientras que se besuqueaban de lo lindo al ritmo de la música. En ese mismo instante –estupefacto, avergonzado y destruido en mi virilidad – apelé al pasito moonwalking de Michael Jackson y me deslicé hasta desaparecer entre la muchedumbre. Sin valor para despedirme de P, de J y de su novio, huí del local con una sensación de estafa. Me costaba reconocerlo, pero había perdido esta vez y había perdido bien. 

Triste como estaba, me tocó llamar al gordo para vomitarle toda mi cólera y frustración. Tome un taxi, llegué a su casa y - entre la canchita de microondas y un par de cervezas bien heladas - comencé a narrarle todo lo sucedido, para posteriormente quedarme jato en el sofá de su sala.

Al día siguiente, me levanté con un sentimiento de culpa, había hecho el papelón de mi vida y todo gracias a ellas. La popular chica BCP y la guapa e impredecible de P, son quienes se han hecho acreedoras de este post, gracias chicas por la anécdota brindada. Para ustedes va dedicado esta memoria con mucho cariño.

 
Edición y Fotografía: Dessiree Ramos Angeles (la Tía hot de los cachimbos de derecho)
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