Termina la canción y regresa con una noticia de último
minuto: “me voy dentro de una hora a Huancayo con unos amigos ¿quieres ir?”. Mi
respuesta automática y predecible fue: “nica, no la hago”. Estoy tan
acostumbrado de planear las cosas que instintivamente cuando alguien me dice
para ir a algún lugar, tiene que avisarme con días de anticipación, mi
naturaleza así me lo demanda, me gusta que cada cosa salga a la perfección, por
ejemplo, si voy al cine, estoy dos horas antes para comprar la canchita, las
entradas y estar primero en la fila. Imagínense si tengo que salir de viaje,
antes de decidir algo, la pienso cincuenta mil veces antes de aceptar, soy como
Ben Stiller en la película mi novia Polly, donde traumado por los
peligros que puedan haber, analizo los riesgos que cada viaje pueda contener.
Ante la insistencia de J, decido dejarme llevar por el
vértigo de la emoción, violentar mis ideas anti peligro y neutralizar mis
creencias perfeccionistas. “Está bien, a la mierda, vamos” fueron mis palabras
con olor a ron y cigarro.
En un dos por tres llegue a mi casa, metí unos cuantos trapos
en una mochila y con chalina en mano regrese a la camioneta de J. Ya estaba
decidido, el destino para este fin de semana seria las frías y lluviosas calles
de Huancayo.
Una vez en la vía de cuatro carriles, me persigno y me
encomiendo a Sarita Colonia (patrona de ladrones y prostitutas), donde
abstraída, me mira con estática intriga desde un cartel pegado en un poste de
la carretera central.
Mientras Jorge (amigo de “J”) maneja rumbo a San Mateo, cruza
por mi cabeza la fugaz idea de que el viaje no sería tan agradable. Casi nunca
pienso en algo asi, pero hoy por alguna razón me sobresalta.
Después de hacer un largo viaje entre curvas y túneles que
atraviesan los cerros, llegamos sanos y salvos al pueblo de Huaripampa donde
nos hospedaríamos en la casa de Eduardo (amigo de Jorge). El fin de semana
estuvo entretenido, cuy chactado en el almuerzo, visita a la laguna no se que, noche de discoteca en Huancayo (con alguna
que otra parada de la policía), desayuno apresurado y una que otra compra de
ultimo minuto. Quizás no tuvimos tiempo para conocer más a fondo la geografía
de Huancayo, pero de que la pasamos bien, la pasamos bien.
Llega el Domingo y era hora de regresar a Lima, alistamos la
maletas y con mochila en mano abordamos la camioneta de J, hicimos una breve
parada en el grifo para abastecernos de combustible y arrancamos rumbo a Lima.
Mientras pasábamos por la Oroya decidimos estacionarnos en
una de esas paradas de autobús donde los choferes de ómnibus y camioneros se
abastecen de gigantescos platos de comida para aguantar el trajín del viaje.
No era por ser melodramático ni nada pero, en cuanto baje del
carro, no sé cómo y ni donde, pero apareció un gato negro de la nada, pegándose a mi pierna,
frotándose para que le regale un mísero cariño. Lo largué con el pie porque en
realidad me hizo trastabillar, “fuera gato pulgoso”, fueron las palabras que se
escucharon en el terreno que improvisaba de cochera.
Aquel gato famélico y de color serio, avanzo unos metros más allá
para luego estacionarse en medio de la pista y girar su cabeza 90 grados,
pegándome una mirada penetrante y diabólica. Sonara dramático y todo pero, en
ese duelo de miradas - que sosteníamos entre el gato y yo - hizo que mis miedos
afloraran. En aquel instante sonó el reloj de pared del restaurant, anunciando
las seis en punto de la tarde, acto seguido una bandada de pájaros comenzó a
volar, huyendo despavoridos de la montaña, como intentado escapar de algún
desastre natural que estaba por acontecer.
Sé que mi imaginación suele volar con frecuencia, pero sin
dramatizar tanto, me sentí como en el inicio de alguna de las películas de destino final, donde encuentras indicios
que te avisan del peligro que corre tu vida.
Con esa idea en la cabeza, tome mi mate de coca mentalizado
de que algo sobrenatural me esperaba, pero claro, para no quedar como el
traumado del grupo, decidí callar. Mala elección, porque 30 minutos después,
nos encontrábamos en un embotellamiento en plena carretera, al parecer había
ocurrido un accidente y eso tenía para rato. Sugerí regresar a la Oroya, pasar
la noche allí y regresar cuando todo esté despejado. Claro que a la mayoría le
pareció mala idea.
Un buen parroquiano por ahí sugirió ir por la antigua
carretera, donde el camino era de trocha, de un solo carril, pero más chévere y
emocionante (según él). De chévere no le
veía nada, pero al parecer los demás sí. Media hora después con las manos
sudorosas y rezando una y otra vez el padre nuestro y ave maría (que dicho sea
de paso, son las únicas oraciones que recordaba), vivía la adrenalina que
habían mencionado de una manera diferente, sufría de vértigo y ansiedad, mis
fobias más terribles habían venido en mancha y mientras yo veía este camino
como un martirio, el piloto y el copiloto disfrutaban del sendero como si se
tratara de unos de los mundos más difíciles de Mario card.
Cuando por fin llegamos a la carretera principal - tal como
lo predije - nos encontrábamos en otro embotellamiento y lo peor de todo que en
pleno Ticlio, uno de los lugares más fríos del Perú.
Ese fue el momento de mi desgracia, para empezar las luces
del carro comenzaron a fallar, el combustible estaba por la mitad y para
coronar la cereza del desastre, la batería del carro se agoto, y lo peor de
todo que no teníamos cables para pasar corriente de un auto a otro.
Lamento decirlo pero, en esas situaciones calamitosas, no
existe ninguna persona que te pueda ayudar, anteriormente había escuchado la
frase “el peor enemigo de un peruano es otro peruano”, pero no fue hasta ese día
que comprobé su veracidad. Había cincuenta mil carros en cola, esperando pasar,
y ninguno fue capaz de abrir su puerta o al menos bajar su luna del carro para
intentar explicarle porque necesitábamos ayuda.
Nos quedamos varados a mitad de la pista, lo único que
pudimos hacer fue empujar el carro a un costado de la carretera, justo a un
lado del abismo, para que así puedan pasar todos los autos. No teníamos
batería, así que las luces de peligro no funcionaban, tampoco contábamos con
algún triangulo de peligro, eso hacían aun más peligroso nuestro
posicionamiento cerca al abismo.
Mientras esperábamos que el S.O.S de ayuda Técnica llegara
desde San Mateo, cada minuto que permanecíamos dentro del carro, me desesperaba
más. Maldije la hora que decidí venir, maldije la pésima decisión de venir por
el camino de trocha, y maldije las putañeras canciones de “mujer mariposa” y
“30 monedas” del grupo los perros que
resonó en mi cabeza todo el fin de semana y que fueron los causantes de que la
batería se agotara.
Una hora después, con los pies entumecidos y el asma a flor
de piel, tome la decisión de bajarme del carro e intentar para algún ómnibus
que pueda jalarnos o acercarnos a algún pueblito donde podamos encontrar un mecánico
que pueda librarnos de esta.
Abrazado de J y envuelto por una manta, intente parar algún
auto, camioneta o bus que pueda apiadarse de estos pobres náufragos terrestres,
pero tras media hora intentándolo sin resultado, la desesperación me
atiborraba. El granizo comenzó a caer y el paisaje comenzó a tornarse de un
color blanco pastel. Mis pies entumecidos y mojados por el barro que la lluvia
había dejado, comenzaron a perder movilidad, mis labios cuarteados y el cabello
con ciertas zonas blancas, improvisaba una cabellera como la del puma José Luis
Rodríguez.
Sinceramente pensé que iba a morir, quizás de hipotermia o
algo parecido, estaba a punto de desvanecerme cuando comencé a revivir los
episodios de mi vida. En un abrir y cerrar de ojos pasaban por mi cabeza en un
minuto.
1993, con la monga candidez de mis ocho años, me enamore como
un perro de Sofía Heredia, una petulante rubiecita de nueve años que me miraba
con la misma frialdad y descuido con la que se mira a una cucaracha muerta.
1998, interprete una breve historia con la bonita Anggie Victoréeli,
una niña de 13 años que me dijo para ir a hablar al parque, escondiendo sus
verdaderas intensiones que era romper conmigo, cuando me dijo “chau”, salí
volando de la escena, corriendo como un ladrón que había robado una cartera, corrí
sin ningún destino, corrí hasta que el cansancio reventó mis pulmones, detuvo
mis piernas y apago mis lloriqueos.
2004, intente un romance con la encantadora Fabiola R, digo
que lo intente porque mientras más intereses demostraba, mas elogios le hacía y
más atención le prestaba, sus verdaderas intensiones se agazapaban por dentro,
las cuales era esperar el momento de mandarme y en ese mismo instante,
atravesar como anticucho mi prematuro corazón con un rotundo “NO”. Como es de
costumbre, corrí por las torres de Limatambo
con una mísera cara de autogol.
En esas mongolitas cavilaciones andaba, cuando de repente las
luces de un ómnibus que iba a la Oroya, ilumino mi cara, cegando por unos
instantes la recopilación fílmica de todos mis devaneos sentimentales. El carro
paro unos metros mas allá, como esperando a que subamos.
Yo y mi personalidad teatrera volvieron a entrar en escena,
estire mi mano hacia J, y mismo Terminator
le dije: “ven conmigo si quieres vivir”. J me miro con un brillo acongojado,
indecisa por la petición que le hice, pude sentir su miedo, mi olfato me decía
que no quería dejarme ir, pero al mismo tiempo sentía que si me quedaba podía
terminar como un cubo de hielo. Por un momento el tiempo se detuvo a nuestro
alrededor y solo éramos J y yo. A un lado el abismo, al costado una carretera
blanca por la nieve, -4 grados de temperatura y 4800 metros sobre el nivel del
mar, hicieron que el drama volviera a mi cabeza. Sentí que estaba viviendo la
última escena de Titanic, donde Jack y Rose, deciden quedarse juntos, a pesar de que uno
de ellos tubo la posibilidad de subir a un bote salvavidas y así quizás
pudieron haber vivido los dos, antes de que
uno de ellos muera de frio por el naufragio.
Si algo me ha enseñado la vida y las películas gringas, es
que el protagonista principal por hacerse el héroe termina en el hospital o en la morgue, y como yo no soy ningún héroe, volví
a la realidad, gire mi mano para hacerle una seña al cobrador y acto seguido corrí
hacia la puerta del ómnibus dejando una frase de esperanza: “Voooolvereeee con
ayuuuuuudaaaaa”.
De nada sirvió mi escape teatral ni mis frases
melodramáticas, porque cinco minutos después me llamaron al celular diciendo
que ya había llegado el S.O.S de ayuda técnica y que lógicamente ya no buscara
ayuda en la Oroya.
Llegue a Lima a las siete de la mañana, me encontraba en las
peores condiciones posibles (físicamente hablando), no tenía fuerzas ni para
bañarme, lo único que me levanto fue un rico caldo de gallina que un buen
samaritano me ofreció por ahí, después de todo, al llegar a mi casa, lo único
que paso por mi cabeza fue decir, esto tengo que escribirlo.
Edición y fotografía:
Dessiree Ramos Angeles (la bebedora de tequila. Dessita)
Facebook oficial del
blog: http://www.facebook.com/#!/pages/Memorias-de-una-Rata/142876369215201?fref=ts
[Esta canción de los perros llamada mujer mariposa, resonó
todo el viaje a Huancayo, tanto escucharla por fin le agarre el gusto]
[Quiero agradecer a Luis Ordoñez por haber llevado su polera al
viaje, ya que debido a la humedad y al hecho de estar guardado, hicieron que
despidiera un hedor que invadió toda la
camioneta haciendo imposible conciliar el sueño, evitando así que el conductor
se quede dormido. Para ti va dedicada esta canción]
<ahref="http://www.perublogs.com/top100.php?top=1"><img src="http://botones.perublogs.com/img/perublogs0.gif" alt="Peru Blogs"
style="border:0" /></a>
jajajaja unas cosas te pasan, me manteniste entretenido. Sigue asi
ResponderEliminargracias por tu comentario Jorge. Un abrazo
EliminarEso te pasa por no llevarme, ya ves
ResponderEliminarpara la proxima estan invitados todos
Eliminarjajajaja me he matado de risa con todo lo que te ha pasado en ticlio, la manera en que lo narras te hace imaginar toda la historia con cada detalle. Saludos ratita =)
ResponderEliminargracias por tu comentario, espero haberte entretenido. Saludos
Eliminarun gato de color serio!!!!... que buena
ResponderEliminarsaludos Alan Cris, yo tambien he viajado a Huancayo y tambien he pasado por ticlio, debiste verla negra porque por esa zona hace un frio que ni te cuento porque ya lo has pasado. Felizmente todo salio bien. Me diverti mucho con tu historia. Saludos
ResponderEliminarsegun como has leido, te imaginaras como la pase. Saludos y gracias por visitar el blog
Eliminarpobre pobre ratita, la proxima ve mas preparado, debiste hacerle caso a tu lado seguro. se como Ben stiler jajaja
ResponderEliminartodo un analista de riesgo
EliminarQue bonita historia entre J y tu, lo que no entiendo es porque ya no hablan? lo bueno de todo es que no paso nada malo ya para la proxima tienen que estar preparados
ResponderEliminarme he reido un mucho con la historia y koc nunca va a cambiar con su música por eso lo deje jijijij tic tic
Anonimo, te me haces conocido o conocida....... gracias por visitar el blog, un abrazo fuerte.
Eliminar