viernes, 8 de noviembre de 2013

LA CONFIANZA DEL PEDO


 

Siempre he pensado que el hecho de tirarse un gas, era símbolo de confianza, que lanzar ese silencioso o bullicioso aroma peculiar demostraba una distintiva camaradería, o eso es lo que creía.

Cuando tenía ocho años, el sonoro y fétido pedo, generaba risas entre el público masculino familiar cuando se reunían en la sala para ver algún programa de la televisión peruana, claro que esas risas siempre iban acompañado de escapes contiguos, como si en vez de una flatulencia hedionda fuera una bomba lacrimógena que había sido disparado para separar la muchedumbre alborotada.

A la edad de quince años, en el clímax de la palomillada, no había mejor forma de generar una broma colegial que lanzando un pedo sonoro dentro del baño de hombres y cerrar la puerta con alumnos adentro para que sean víctimas de la mayor pestilencia posible.

Claro que todo este tema del pedo, siempre se ha visto relacionado con la palomilla y chacota que los muchachos tienen en la adolescencia, un juego que tarde o temprano se finiquita cuando comienzan a sentir atracción por el sexo femenino.

Cuando esa etapa de la vida, que tarde o temprano llega, involucra a un hombre con una mujer, milagrosamente, todos los hombres del planeta – en temporada de búsqueda y caza – se convierten exactamente en unos galanes, clones baratos de un Leonardo DiCaprio en la película Gatsby, robots que operan de la misma manera, que disfrazando perfectamente al lobo dientón y salivoso, reprimen sus verdaderos deseos  y proyectan una impoluta imagen de corrección y mansedumbre, porque son consientes que solo así conseguirán  su objetivo a mediano o largo plazo.

Pero está bien, todo perfecto hasta ahí, me parece genial que un hombre use la galantería y caballerosidad para conquistar a una mujer, como que le da un aire más elegante y solariego, claro a comparación de ahora con su perreo y sus fiestas semáforo, que mas que corromper a la juventud, facilita el acercamiento entre hombres y mujeres. Quizás suene como un viejo, pero creo que el cortejo pre noviazgo y el engalanar la conducta amical, es lo correcto.

Lo que si no puedo entender, es como los hombres que inicialmente utilizaron toda la galantería y caballerosidad para conquistar a una chica, es decir, que le abrieron la puerta del carro, que dejaron que ella elija la música de la radio, que le retiraron la silla en el restaurant, que colgaron y  descolgaron oportunamente su saco o abrigo, que se tomaron la molestia de llevar algún cursillo para aprender a descorchar el vino con elegancia, y por supuesto, que le regalaron rosas por algún momento especial; lleguen al punto de soltar impúdica y descaradamente un pedo, como símbolo de confianza.

El pedo - a pesar de ser un hecho biológico natural – siempre ha sido símbolo de la descortesía más primitiva en lo que ha costumbres de caballeros se refiere. Según las normas y reglas de etiqueta, el pedo, disparado desde los esfínteres intestinales con gran sonoridad en presencia de una cantidad determinada de personas, es considerado como una falta de respeto hacia los individuos presentes en el lugar, a pesar de que estos sean abstemios al agua y no se hayan bañado en semanas.

Una vez, que este singular aroma ha sido despedido en presencia de tu enamorada, las cosas no vuelven a ser lo mismo. Lo gracioso es que para justificar esa biológica y ofensiva costumbre de ir liberando ventosidades por doquier, el machismo a impuesto esta atrocidad como la popular y pusilánime: “confianza del pedo”.

En el colmo de la conchudes, hay individuos que para pegárselas de graciosos y pasar ese límite fronterizo entre la confianza y la demasiada confianza, se divierten haciendo bromas al respecto. “Jálame el dedo” y cuando lo haces, el conocido sonido aparece de quien sabe donde ambientando toda la habitación. Lo peor es que si reclamas por la atrocidad pestilente que ha invadido tus fosas nasales, suelen contra atacar con frases del tipo “pero si es algo normal”, “que, acaso tú no te tiras pedos”, “Ah, seguro tú has de cagar rosas ¿no?”.

Cruzado esta raya fronteriza de la relación, conforme pasan los meses, el glamour  y gentileza inicial, van desapareciendo, se va borrando el maquillaje de la cortesía, las sonrisas se van oxidando y la careta  de galán de telenovela se va cayendo a pedazos, como si se tratara de una máscara de cerca, hasta que aparece el autentico e inimitable monstruo conchudo en toda su expresión. Mayormente esto sucede en el clímax de la chabacanería, cuando todo ha sido expuesto, cuando los pesos y medidas oficiales han sido revelados, cuando el léxico florido al inicio ha sido reemplazado por vulgares jergas coloquiales, es en ese punto cuando a su pareja la somete a sus aireados eructos y flatulencias con automático desparpajo y naturalidad. Como si  un cuesco fétido y sonoro equivaliera, no sé, a una carcajada o una caricia.

Posteriormente deja de aparentar etiquetas que no tiene (eso sucede mayormente cuando ya colgó los chimpunes), se desmondonge en la cama, jala la frazada para su lado, trata de imponer sus gustos, cuando de ir al cine o a comer se trate,  decomisa el control remoto, se olvida de todo lo hacendoso que era cuando estuvo de enamorado, no jala la palanca del wáter (de hecho,  no levanta la tapa), escarba su nariz con el dedo índice, se olvida las fechas importantes y sobre todo, se queda dormido mientras hace el amor en la pose del misionero.

Sinceramente creo que debí haber nacido en la época de William Shakespeare, donde el cortejo era parte primordial de una relación, la galantería era una costumbre que se inculcaba desde niño y las caretas solo eran parte de los actores de teatro. Me considero un antiguo como mi amigo el gordo, quizás sea por eso nos llevamos tan bien.

Aun, a mis veintisiete años, cuando decida iniciar una relación, me reusare a cruzar ese último peldaño de la confianza, ese límite entre la decencia y la ramplonería. Pero eso sí, si no hay otra forma de evitar lo inevitable, prometo no escandalizarme y seguir despotricando como ahora.

Alguno de ustedes ya cruzo ese umbral que muy graciosa y conchudamente se llama la confianza del pedo, o se reúsan como yo a dar ese paso y de mostrar a los verdaderos individuos de la relación.

 

Edición y Fotografía: Dessiree Ramos Angeles (la enamorada y cada día mas chata, Dessita)

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[Aqui les dejo un spot publicitario de una canal de cable, donde se ve claramente la bestialidad que definitivamente se ve en muchas relaciones de pareja cuando existe la llamada "confianza"]