domingo, 28 de abril de 2013

TODOS MENTIMOS




A estas alturas de mi vida, reconocer que yo también he soltado de vez en cuando un par de mentiras, es algo que no me molesta. Todos, absolutamente todos los seres humanos hemos dicho alguna mentira para solucionar un imprevisto, un pequeño problema o convencer a alguien de hacer algo.

Para esto, el ingenio del ser humano ha creado un catálogo de mentiras perfectas para salir delicadamente de cualquier aprieto. Es por esto mismo que he percibido que existen varios tipos de mentiras. Hay mentiras verdaderas, mentiras creíbles, mentiras piadosas y hay una clase en especial a la que llamo “mentiras estúpidas”.

Desde niños solemos mentir con frecuencia para salir de algún problema temporal, la mayoría de veces son mentiras amateurs dignas de todo infante, como por ejemplo: “Se cayó solo y se rompió”, “ya estaba así cuando yo vine” o la grandilocuente “mamá yo no fui, fue el perro”.

Llega la época escolar y las mentiras van en subida, los púberes y adolescentes por lo general son más descarados al mentir, lo digo así, porque normalmente no se dan cuenta que al decir una mentira cometen el error de delatarse al minuto siguiente.

Quizás a más de uno le ha pasado exactamente lo mismo, estás en una fiesta y sacas a bailar a una chiquilla, y ella en lugar de ser franca y reconocer que no le gustas (y corresponder así el gesto sincero y transparente de haberla elegido como pareja momentánea), busca un pretexto para decirte que no, apelando de esta manera a las mentiras del tipo: “es que estoy cansada”, “es que estoy con enamorado”, o la peor “es que estoy con mi amiga”, ¡Ja!. Claro que sacrificadas que son. Pero basta que las invite a bailar un tipo guapo y grandote y ellas acceden y les importa un bledo dejar a la amiga parada durante cuatro horas. Y lo más trágico es que lo hacen en tu cara, un segundo después de haberse negado a bailar contigo.  

Pero no solo en las fiestas ocurren las mentiras, también suceden dentro del colegio. Quien no ha usado la mentira más popular al comenzar las clases: “Este año sí me pongo a estudiar”, o sea todo bien con que te proyectes metas y quieras salir invicto ese año, pero la verdad de la milanesa es que en el fondo sabes que no lo vas hacer, cometerás toditas tus patinadas una por una, tu propia naturaleza te lo demandará y faltando solo un bimestre para que acabe el año, recién te pondrás las pilas.

Llega la etapa de la universidad y alcanzas un nivel de mentira inimaginable, y lo digo así porque en esta etapa, las relaciones sentimentales, amicales, laborales y académicas vienen con mayor fuerza. La primera mentira que surge y aflora de los labios universitarios es la siguiente: “Yo nunca digo mentiras”. ¡Por Dios!  Éste es el floro más antiguo y la mentira más ruin y tonta que alguien haya podido decir, claro que hay personas que llegan a un grado de mentira que no solo la dicen sino que también arman toda una escenografía a su alrededor para conservar la mentira, y lo peor es que viven esa mentira y la creen.

Mentimos impúdica y descaradamente, si estamos llegando tarde al trabajo, mentimos: “hubo mucho tráfico”, “justo me agarró la manifestación de huelguistas por la avenida”, “tuve un percance familiar”, “la combi en la que iba, chocó” o la seca y popular “ya estoy llegando ya”. Mentimos para faltar: “estoy enfermo”, “tengo cita en la clínica”, “me agarró el paro de transportistas” o la extrema y cruel “falleció mi abuelita”, no sé cuantas abuelitas tenemos, pero siempre las paramos matando. La verdad de todo esto, es que fingimos y expresamos sentimientos que no existen, en vez de decir “me quedé dormido”, “me demoré en bañarme”, “Ayer la hice hasta tarde con mi pata” o “estoy de boleto”, simplificamos nuestros errores con mentiras, piadosas o estúpidas, para evitarnos así todo el repertorio de quejas y llamadas de atención.

Otro tipo de excusa para mentir es en un bar, estas con tu enamorada y ella quiere irse porque está aburrida, lo primero que se dice en esos casos es: “amor, solo una más y nos vamos”,” después de esto nunca más vuelvo a tomar” o la más fría “ya la última”. Claro que es la última, pero última que tu invitas, ya que tus demás amigos también saldrán con el mismo floro diciendo que es la última y así hasta que el último de tus amigos ponga “la última” sonaran las 4 de la mañana, ebrios y sin plata.

Mentimos en la calle, mentimos en la casa y mentimos dentro de una relación. Cuando están a punto de descubrirte cualquier infidelidad, también recurrimos a las frases célebres y engaña tontos: “gordito, no había señal por aquí”, “amor, nunca me llegó tu mensaje”, “amor, no puedo hablar, estoy en la biblioteca”, “flaca, luego te llamo, estoy en reunión” y sin dudar la frase más descarada de todas “amor, te juro que ella es mi prima”.

En una disco mentimos para conseguir y obtener lo que sea: “hola, tu cara se me hace conocida ¿no eres la hermana de Diego?”, “flaca solo es un trago no más”, “oye si quieres pasamos primero por mi casa para invitarte un café y  así se te pase la borrachera” o la más descarada “si quieres vamos a un telo a descansar, no te preocupes no va a pasar nada”.

Lo gracioso de todo esto, es que una vez obtenido el acercamiento directo, en vez de continuar el flirteo ocasional de la manera más sincera y franca, seguimos recurriendo a mentiras del tipo: “ya pues, solo un ratito no más”, “Te juro que no te va a doler” y el floro mas antiguo de todos “la cabecita no más”.

Ojo señores, que no solo los hombres mentimos en ese aspecto.  También en el sexo las mujeres tienen en la mentira un arma de largo alcance. Ellas pueden falsear un orgasmo y hacernos creer que somos unos papis machazos. Los hombres, en cambio, no podemos: la eyaculación es el rastro, la prueba inapelable del placer obtenido (eso explicaría por qué algunos hombres, después de terminar una relación sexual – asaltados por la tormentosa duda de un posible orgasmo fingido – hacen bochornosas preguntas como ¿llegaste?, ¿te gustó? o ¿qué tal estuve?).

Pero no solo es mentirnos en el sexo, sino también después de él. Muchas mujeres en plan de mojigatas puritanas, suelen bombardearnos con excusas del tipo: “¡Ay! no se qué vas a pensar de mi”, “yo no acostumbro hacer esto”, “es la primera vez que me pasa”, “lo que pasa es que tu causas un efecto raro en mi”, “debes entender que esto uno no lo hace con cualquiera”. ¡Ja! purita demagogia y falsedad.

Podemos mentir en todos esos aspectos, pero lo que sí me parece cruel e insensible es mentir para terminar una relación. Sé que a todo el mundo le cuesta trabajo concluir una relación y para evitar dar la estocada final que destruya nuestro corazón, solemos recurrir a las mentiras más absurdas e increíbles: “el problema no eres tú, soy yo”, esta por ejemplo me parece la excusa más absurda del planeta, una porque ya esta gastada y dos porque parece la frase de un empleador que se excusa de contratarte porque estás “sobre calificado” para el puesto.

Pero hay algunas que son muy melodramáticas y para ello te preparan, para que recibas la mentira más mentecata de todas: “nunca nadie me hizo reír como tú, sabes que eres un chico especial, pero creo que necesitamos un tiempo”,  lo peor es que nunca precisan cuanto. Claro, lo que no te dicen es que conocieron a otro pata que les movió el piso y están intentando averiguar si hay futuro con ese sujeto o no.

Creo que de todas las mentiras y frases con repertorios bien preparados, me quedo con mi favorita: “¿Acaso crees que es fácil para mí? Es probable que tú encuentres a otra, en cambio yo siempre me quedaré con la duda de si tomé la mejor decisión. Además esto lo hago por los dos. Si realmente me amaras como dices, entenderías mi decisión, me apoyarías y me dejarías ir. ¿O es que realmente no me amas?”


Edición y Fotografía: Dessiree Ramos Angeles (la inmaculada y explotada Dessita)

martes, 9 de abril de 2013

INTENTANDO EXORCIZARME





Salí de la ducha, me amarre la toalla a la cintura como si fuera un atuendo romano; mi ropa me esperaba lista, tendida en la cama. Me alisté en 10 segundos, cogí mi mochila y salí disparado rumbo a la cuadra 37 de Benavides. Aunque muchos de ustedes no lo crean, me dirigía rumbo a un “Retiro Espiritual”. Ya lo sé, alguno por ahí dirá: “y esta rata, de cuando acá va un retiro si ni a la iglesia ha ido”, “que gracioso, seguro va porque quiere gilearse alguna fulana” o peor aun “seguro lo han obligado a que vaya”.

Aunque cueste creerlo, me dirigía por mi propia voluntad a un retiro espiritual de la parroquia de Chama – Surco. Quizá no tenía todo el ánimo del mundo, pero algo si estaba claro, había prometido ir a ese retiro y tenía que cumplirlo cueste lo que cueste.

Mientras me desanimaba dentro del ómnibus que nos llevaría a las soleadas praderas de Ñaña, recordaba con no mucho entusiasmo mi transcurso por algunos grupos religiosos.

La mayor parte de mi infancia y adolescencia transcurrió en el colegio parroquial San Vicente de Paul, y aunque en ese entonces no asistía a los retiros que celebraban, si me era grato asistir a cuanta ginkana, kermes, verbena y fiesta colegial celebraban.

Como podrán darse cuenta, recibí una educación religiosa desde muy pequeño, los valores marcados, los principios morales arraigados y el respeto hacia el prójimo, eran normas que se cumplían a rajatabla, y ni que decir de los pensamientos impuros, estaba prohibido mirar de manera lascivia a tus compañeras de clase. Claro, a la edad de 10 años lo único en que pensamos los hombres es en jugar pelota, mirar tele y dormir.

No fue hasta que cumplí 14 años que mis pensamientos mojigatos y puritanos, se tornaban lúbricos  y sátiros. Lo digo de esta manera, porque, por aquel entonces fui invitado por una monjita (amiga de mi abuela) a una excursión del colegio San José de Ica (colegio solo de mujeres). Para muchos el colegio San José no era cualquier colegio. Era privado, exclusivo, un poco aristócrata y – desde luego – repleto de chicas lindas.

Ir de excursión con puras chicas de tu edad, atléticas, joviales, alegres y perfectas en todo sentido, era como decirle a un mono que no coma bananas estando rodeadas de ellas. Apenas las vi, temblaba de nervios, me subía la temperatura y duplicaba mis torpezas, si alguna tenia la educación de saludarme y sonreírme, toda mi fe  y mi pureza de alma se hacían picadillo.     

En aquel entonces conocí a muchos asesores espirituales que acompañaban a estas féminas colegialas con el único afán de buscar un ligue o una novia temporal. Es decir, disfrazaban sus verdaderas intensiones bajo una infalible mascara santurrona.

Recuerdo que en aquel entonces uno de los asesores espirituales que no tendría más de 16 años, me explicaba las muchas oportunidades que el retiro significaba. Una de sus anécdotas me causo mucha gracia: “Loco, estas chibolas son bien zanahorias, muchas veces las he tomado de la mano y les he dicho que quiero aprender esas canciones en inglés de las que no entiendo ni un carajo, las abrazaba, las rodeaba por la cintura y apenas se distraían les metía un chupetón, cuando reaccionaban sorprendidas, les aseguraba que esa era una de las enigmáticas maneras en que se manifestaba el amor del Señor en la tierra”. 

Mientras reía a solas en mi asiento recordando aquellos momentos, la gente del retiro me miraba con extrañez y picardía. No pasó mucho tiempo para que el hermano Antonio (guía espiritual del retiro) nos informara que habíamos llegado a nuestro destino. Debo ser franco en algo, nunca había participado en un retiro y esta era la primera vez, y ni bien cruzamos las puertas del santuario católico cristiano, sentí como si estuviera entrando en el reclusorio de piedras gordas.

Ni siquiera habíamos comenzado y ya quería irme, pero con gran optimismo superé ese desaliento temporal. Cenamos temprano, rezamos un par de “padres nuestros” y luego nos fuimos al salón de oraciones para iniciar con los temas preparados.

Después de dos horas de escuchar temas religiosos y cánticos briosos, sentí como mi pecho palpitaba de la desesperación, no es que este despotricando de ese fin de semana, es solo que no estaba acostumbrado a estar tanto tiempo sentado en una reunión de la iglesia. Por lo general, iba muy raras veces a misa y después de ello, sentía un alivio religioso. Como que cumplía con mi parte de ser católico y eso me justificaba para reventar las discotecas los fines de semana. Pero esta vez, después de escuchar las indicaciones y reglas del retiro que eran: no fumar, no tomar, no hablar por teléfono, dormir a las 11 P.M, levantarse a las 6 A.M, estar todo el día escuchando la palabra de Dios con intervalos de una hora para desayunar, almorzar y cenar, y todo eso hasta las 5 de la tarde del domingo, como que me producía una garrotera involuntaria.

Para ser sincero, esa misma noche quise desertar, me estuve pasando casi toda la noche mandando mensajes de texto a todos mis amigos, a ver si alguno se animaba y venia a rescatarme del retiro, pero cavilé en mis acciones y como los machos tuve que quedarme, caballero no más.  Total, lo peor que me podía pasar es que me vuelva cura, pensé mientras miraba el cielo despejado de Ñaña.

A las 6 de la mañana en punto, comenzó a sonar las campanas de la capilla avisando que era hora de levantarse y cual si fuera una trompeta de cuartel, no dejaba de sonar hasta que te levantaras de la cama. El rancho se servía puntual, 8 de la mañana, 1 de la tarde y 7 de la noche. Nada que un entremés a medio día, ni un bocadillo en la tarde o un lonchecito a las 6. Todo eso es pecado, exactamente el de la gula, así que, o te amarrabas el estomago o morías en el intento.

Estaba prohibido fumar dentro del retiro, tampoco se nos permitía tener el celular prendido, como que eso interrumpía las sesiones de oración y claro ni que decir del internet, ella es la madre de todos los pecados con su pornografía latente y sus juegos satánicos virtuales.

Para un individuo tecnosexual como yo (o sea, adicto a la tecnología), el privarme del internet y el celular, era como dejarme cuadripléjico postrado en una cama. No voy a negar que igual llevé mi laptop para que me haga compañía en las noches de soledad, pero eso si, como no me encontraba en una habitación privada sino que la compartía con 10 personas más, tenía que ser prudente con la luz de mi compu y apagarla para que no interrumpa el sueño de los demás.

Como ya lo dije, intenté desertar más de una vez, me era complicado escuchar los temas religioso todo el día. La verdad, no estaba acostumbrado a ese ritmo de fervor y devoción, más de una vez me ampayaron jateando en pleno rezo y encima tenia la conchudes de roncar como un zángano.


En muchas oportunidades me fugaba en plenas sesiones con el floro de ir al baño. Me escabullía por los pasadizos y escaleras del lugar, pero, al mismo estilo del chapulín colorado, no contaba con la astucia de los guías y pastores que siempre me encontraban escondido por ahí. La verdad no sé como lo hacían, en 5 oportunidades me fugué y las 5 veces me encontraron para regresarme otra vez al salón donde se hacían los rezos. Era algo increíble, el lugar era inmenso y a pesar de que me iba hasta la punta del cerro, escalando sus empinadas cúspides, hasta ahí llegaba el guía de mi comunidad,  refunfuñando una frase del tipo: “hermano Alan, no intentes escapar de los brazos del señor”, comienzo a creer que en esa casa de retiro tenían cámaras de vigilancia por todos lados.

En la mañana del domingo, hubo dinámica después de la misa. Consistía en que todos los presentes se acercaran al altar y uno de los muchos guías espirituales, imponía sus manos sobre la cabeza de los demás, si mal no recuerdo era como una especie de reconfirmación del bautismo. Lo extraño y novedoso para mí, es que luego de eso, se desparramaban en el piso, entrando en llanto y shock emocional. Yo, que estaba parado en un rincón hecho una planta, miraba con asombro el estado anímico de las personas que salían después de la imposición de manos. 

Una de las hermanas se acercó a mí para intentar convencerme de que participe de esa dinámica, me abrazó y me dijo que no temiera a lo que al llanto se refería. Mientras tenía sus manos rodeando mi espalda y su voz susurrando mi oído, mi mente automáticamente recordó un episodio parecido de las épocas de adolescente. 
Había una dinámica parecida, en la que las chicas del último año del colegio, abrazaban a los muchachos de segundo y tercero de media que eran parte del grupo católico cristiano. Los rodeaban con sus brazos y les susurraban al oído frases emotivas y religiosas. Una de las supuestas guías espirituales, me abrazo con tal fuerza, que me hizo sentir afortunado y libidinoso, mientras ella me susurraba al oído el amor de Dios en la tierra y que Cristo es nuestro Salvador, yo apretaba con tal fuerza las cuencas de mi rosario. Mientras ella me decía que “Cristo está vivo”, “Cristo es el que te abraza”, “entrégate a los brazos de él”, yo – con las manos empapadas de sudor – luchaba en silencio, manipulando las bolitas del rosario con desesperación, repitiendo una y otra vez los misterios gozosos, los misterios luminosos, los misterios gloriosos y sobre todo los dolorosos.

De nada sirvió tanta piedad, porque en el momento en que a esta fulanita se le ocurrió darme un beso de media luna diciéndome que Cristo es el que te besa, mis impulsos hormonales que había estado reprimiendo como un eunuco, rompieron las ataduras y por debajo de la correa salió a relucir una prematura erección involuntaria. Supongo que imaginarán la cara que puso la chica en ese momento, pero eso ya será historia de otro día.

Catorce años después me encontraba en la misma situación, solo que esta vez sí acepté ser partícipe de esa dinámica. Lo impensable era creer que el simple hecho de que una persona ponga sus manos sobre mi cabeza, iba a generar que entrara en un transe religioso y cual si fuera Linda Blair en el Exorcista, levitara hasta que el demonio fuera expectorado de mi cuerpo. Claro que eso no pasó, pero si soy franco al decir que sentí como si me quitaran un peso de encima, quizás sea porque estaba sugestionado por ver a todos los presentes salir moqueando, pero puedo asegurar que algo me tocó.


Llegó las 5 de la tarde del domingo, el retiro había terminado, fui el primero en subir al bus y el primero en bajar de él llegando a Lima. Debo reconocer que después de todo, fue una experiencia divertida y alegre, me sentía en Paz, y eso, es algo muy raro en mí, normalmente siempre paro acelerado en todo, pero esta vez la calma prevaleció.

Quizá estos 3 días de retiro lograron expulsar al diablito que llevo dentro, o quizá mi yo sátiro y punzante, hizo las paces con mi yo angelical y santurrón. Si es así, la verdad no se cuanto dure esa tregua, pero lo que sí sé, es que me siento renovado y angelical. ¿Alguno me cree?





Edición y Fotografía: Dessiree Ramos Angeles (la santurrona y en ocasiones media lujuriosa Dessita)

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Este video va para todos los lectores que vieron la película de terror más intensa de su época, dirigida por el maestro William Friedkin y que  para mi  humilde opinión siempre será un clásico entre el género de terror. Viendo esta escena entenderán como me sentía el viernes por la noche en mi desesperación por fugar




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Aviso de Servicio Público 2: Quiero mandar un saludo especial al hermano Antonio por ser el guía espiritual del retiro, y también porque se prestó para la foto de portada del post. Como le prometí ese día, ayudaré con la difusión y  arreglos de la web parroquial, claro con el apoyo de las intrépidas Dorita, Reyna y la pequeña Carolina.

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