Después de un acalorado día, me desparramé
en mi cama mirando el techo de mi cuarto. Lo inspeccionaba de lado a lado,
espacio por espacio, esquina por esquina; tratando de descubrir alguna clave,
una señal, una familiaridad, a ese vacío y blanco espacio cuadriculado.
Aunque muchos me tilden de orate
y chiflado, intentaba iniciar una plática mental con aquella cubierta de
cemento de cinco metros cuadrados. Preguntarle si nos llevaríamos bien, si
guardaría mis más febriles devaneos sentimentales, si sería cómplice de mis
arrebatos nocturnos, si no se burlaría de mí al verme reír, gritar, llorar o
las tres cosas juntas; si me extrañaría durante mi ausencia, o si en todo caso
creería – como muchos de ustedes – que soy un loco más, que habla con su techo.
Lo digo de esta manera porque, aunque muchos no lo sepan, me acabo de mudar.
El mudarse, señores, es hacer un
cambio radical en tu vida, es como despojarte de un objeto por el cual has
desarrollado una gran cantidad de sentimientos. Es como tener un celular con el
cual has compartido una infinidad de momentos, que te acompaño a todos lados,
te sacó de apuros, capturó a través de fotos momentos inolvidables pero que con no mucho dolor te desprendes de él para darle la bienvenida al nuevo y mejora iphone.
Mudarse de casa no es solo
desmantelar el pesado escenario que montaste durante todo ese tiempo. Es decir,
no es guardar en cajas los objetos preciados, embalar con cartones las cosas
frágiles, ni envolver en periódico los platos y vasos de porcelana. Mudarse de
casa implica dejar atrás una serie de recuerdos y vivencias de las cuales
fuiste el protagonista principal; es decirle adiós a ese lugar donde celebraste
tus triunfos, juergueaste hasta morir, te reuniste con tu patas los viernes por
la noche en los llamados “viernes de calzoncillos”, brincaste de alegría cuando
recibiste la llamada de tu enamorada diciéndote: “Amor, ya me vino”, gritaste
los pocos goles de la selección, lloraste a solas entre esas cuatro paredes mientras
veías “Diario de una Pasión” y claro, te amaneciste - acompañado de una taza de
café - escribiendo post para que luego sean colgados en tu blog.
Es normal tener el apego a las
cosas materiales, pero una vez que se inicia la mudanza, es hora de descolgar
cada diploma, retirar cada foto y despintar cada graffiti.
Desde que tengo uso de razón, me
di cuenta que era preso de un instinto inestable. Sin querer, cambia
constantemente las cosas, no podía estar mucho tiempo en un solo sitio, era lo
que se denomina un nómada. Ojo señores que no tiene nada que ver con mi yo
sentimental o mi toma de decisiones, no suelo ser voluble en ese aspecto, solo
en los sitios que frecuento. Así que como buen gitano, le encontré el lado
positivo al mudarme de casa. No solo se trata de sentir pena por lo que dejas
atrás, más bien, de sentir emoción por
lo que vas a empezar, es como regresar un expediente a fojas cero. Desde luego
que el nuevo espacio que vas habitar, viene acompañado de nuevas experiencias,
nuevas amistades, nuevos vecinos, nuevas juergas y claro - desde luego - nuevos
amoríos.
Lo único fregado de mudarte es el
pesado trabajo de acomodar todo nuevamente, y no solo eso, sino que también
tienes que ubicarle un lugar a tus pertenencias de acuerdo a los espacios
físicos de tu nueva residencia domiciliaria. Jalar los muebles, acomodar el
televisor, instalar tu cama, conectar cables, limpiar las cosas que se
ensuciaron en el traslado, desempacar la ropa, abrir cajas y desde luego, examinar
y desechar lo que ya no te sirve.
Algo de esto último me sucedió el
otro día. Mientras movía mi cama, colgaba las cortinas y llenaba la biblioteca
con libros y chucherias, me tope con una caja polvorienta y sellada que decía “recuerdos de A” (los que no saben, A es una ex enamorada con la
estuve muchos años), así que, en un acto entre nostálgico y masoquista, lo abrí.
Al mismo estilo del videoclip Dime de Max Pizzolante, deje de limpiar y me senté con las piernas cruzadas
a ver fotos, tarjetas de cumpleaños, medallas, pulseras, collares con tu nombre
grabado en un grano de arroz, a leer cartas escritas en una hoja de cuaderno, a
reír (o llorar) de los posavasos en los que ella me escribió una dedicatoria.
Es bien raro eso. Es como husmear en tu pasado y sentir – por unos segundos –
que en tu interior hacen corto circuito algunos cables chamuscados. Es como si
tu memoria intentara abrir una puerta que tú mismo habías clausurado.
Hay muchas personas que le gusta
guardar esos recuerdos, esos souvenirs que dejan las relaciones que se rompen. Yo, por el contrario, intento
deshacerme de ese conjunto de recuerdos que me provocan incómodos flashbacks,
no como un intento de escapar del pasado, sino mas bien para despedirlos
oficialmente y darle las gracias por los servicios prestados, ya que de
nada me sirve retenerlos si ya perdieron su valor simbólico y dejaron de
cumplir su finalidad original que era hacerme sonreír.
Aun no termino de arreglar y
acomodar algunas cosas; más que pesado, me da flojera mover las sillas, muebles
y roperos que aun están esperando ser ubicados; siendo sincero, también me da
un poco de pánico seguir rebuscando las cajas selladas y encontrar algún otro
recuerdo del pasado que me ponga nuevamente feeling.
Antes que seguir husmeando en el pasado, prefiero recostarme en mi cama, con la
mirada hacia arriba, y platicar con mi techo, tratando así de negociar los
acuerdos de esta nueva convivencia.
Edición y Fotografía: Dessiree Ramos Angeles (la estresada y
clandestina Dessita)
Facebook oficial del blog:
[Este tema de Max Pizzolante, fue
la canción que sonó en mi cabeza en el preciso momento que me senté a revisar
la caja del recuerdo, si no fuera porque esto lo publico en internet, diría que lloré
como un descocido. Ojala ustedes también disfruten de la canción. Abrazos]
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